domingo, 5 de septiembre de 2021

AUDIENCIA 37 DEL JUICIO POZO DE BANFIELD, POZO DE QUILMES E “INFIERNO”

FUENTE: DIARIO CONTEXTO - Ago 24, 2021


El secuestro y desaparición de Ricardo Darío Chidichimo, por entonces meteorólogo recibido en la Universidad de Buenos Aires que tenía veintisiete años, es uno de los más de 440 casos de víctimas del juicio oral y público por los delitos de lesa humanidad perpetrados en los llamados Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y El Infierno de Lanús con asiento en Avellaneda que se lleva delante de forma virtual una vez por semana desde fines de octubre de 2020 ante el Tribunal Oral Federal Nº 1 de La Plata.

«Buenos días a todas, todos, todes. Soy hija de Ricardo Darío Chidichimo, desaparecido el 20 de noviembre de 1976. Desaparecido que significa secuestrado y asesinado. Lo secuestraron por militar políticamente […] Fue un militante político comprometido con una causa», sostuvo su hija, que al momento del secuestro de su padre tenía apenas ocho meses de edad.

Entrada la madrugada del 20 de noviembre de 1976, Ricardo y su esposa, Cristina del Río, volvían a su casa en Ramos Mejía después de un casamiento. No imaginaban que media hora después más de una decena de hombres armados y vestidos de civil irrumpirían en la casa por el patio trasero y por el frente.

Esa madrugada fue secuestrado otro militante de La Matanza, Jorge Congett alias «El Abuelo», quien junto a Chidichimo y otros compañeros, de apellido Rizzo, Galeano y Lafleur, habían participado en la formación del Partido Auténtico, brazo político de la organización Montoneros.

Con una frazada encima, Chidichimo fue sacado de su casa y obligado a subir al baúl de un Falcon, afirmó luego Cristina. Ella, también cubierta con una frazada, fue sometida a un interrogatorio mientras escuchaba cómo daban vuelta la casa, robando como «rapiñeros» todo lo que podían, como un juego de cubiertos de plata Lappas.

Al día siguiente, su esposa, su madre y su padre iniciaron la búsqueda, que «fue tortuosa. Nadie decía absolutamente nada», recordó su hija el martes ante el tribunal federal que integran los jueces Ricardo Basílico, Esteban Rodríguez Eggers, Walter Venditi y Fernando Canero.

Como tantístimas otras familias, fueron a Campo de Mayo y también a ver a monseñor Emilio Graselli, vicario castrense, a quien hasta ahora y pese a los numerosos testimonios acerca de su vínculo estrecho con los represores y sobre las fichas que el propio prelado armaba de cada víctima y su familia, la Justicia no lo tocó.

Su abuela paterna, Nélida Ordeliza de Chidichimo, se acercó a los organismos de derechos humanos, particularmente a Madres de Plaza de Mayo. Acudía a la iglesia Santa Cruz, y tanto ella como su nuera Cristina conocieron al genocida Alfredo Astiz, que entonces se hacía pasar por hermano de un desaparecido con otra identidad.

Según la reconstrucción que pudieron armar su esposa e hija con la ayuda de testimonios de otros sobrevivientes, Ricardo Darío pasó por tres centros clandestinos de detención. Quien afirmó haberlo visto en El Infierno fue Nilda Eloy, sobreviviente del genocidio, que falleció por una enfermedad en 2017.

«Me dijo que mi papá había llegado a El Infierno con El Abuelo, con Rizzo y Galeano […] Era un grupo grande de San Justo», precisó la testigo el martes al recordar su encuentro con Nilda Eloy en las oficinas de la Comisión Provincial por la Memoria, en La Plata. Nilda Eloy le contó de El Infierno, y también que a través de una ventanita o claraboya su papá podía ver el cielo «y todos los días les daba el parte meteorológico».

Hincha de Banfield, Ricardo Chidichimo fue reconocido por el club en 2019, cuando hizo un banderín verde esmeralda titulado «Los 11 de la memoria» seguido por las fotografías de once detenidos-desaparecidos a quienes les restituyeron su condición de socios, contó su hija al tribunal sin ocultar su emoción.

Sus abuelos y ella entregaron sangre al Equipo Argentino de Antropología Forense. «Nilda habló de buscar en el cementerio de Avellaneda y de Villegas […] pero por ahora no hemos podido encontrar nada», sostuvo al final de su declaración.

Florencia Chidichimo pidió la máxima pena para los imputados en la causa. «Hubo mucha gente cómplice, civiles y la Iglesia», sostuvo, y reclamó la apertura de archivos. «Son militantes, son 30.000», sostuvo luego de considerar que la Justicia debería pedir «perdón por la tardanza» en celebrar este juicio, 45 años después de aquella tragedia.

«Tierra, hoy te pregunto a tí, temblando, ¿lo tienes tú?»

Cristina Adriana del Río tenía veintisiete años y una hija de ocho meses que esa noche había dejado al cuidado de su mamá para ir a una fiesta de casamiento. Trabajaba en la Municipalidad de La Matanza, donde había armado un gabinete psicopedagógico. Militaba en la Iglesia Tercermundista, como su marido, y en la Juventud Trabajadora Peronista.

«Fui esposa de Ricardo Darío Chidichimo. Fui testigo presencial de su secuestro, que sucedió el 20 de noviembre de 1976». Mientras escuchaban gritos de «¡abran, abran, policía!», atinaron a vestirse y salir a un patio interno.

«Cuando salimos al patio, se tiran desde arriba de los techos, no sé cuántas personas. Inmediatamente nos vuelven hacia adentro de la casa. A mi marido lo llevan al living y yo quedo sentada en la cama de la habitación», relató con voz pausada al tribunal.

«A mí me interroga solamente una persona y a mi marido otra. Me manosea», contó esta mujer que pertenecía a una familia de militares. Su padre había trabajado junto al general Juan Domingo Perón e inclusive estaba en la lista para ser fusilado en José León Suárez. Su suegro, que había trabajado como piloto en la Fuerza Aérea, había pasado a Aerolíneas Argentinas.

Esa madrugada eran entre «diez y quince personas en total, fuertemente armadas y de civil. Solo dos manejaban el operativo», indicó, deduciendo que eran militares por su jerga.

La amenazaron ese día y luego por teléfono. La vigilaban cuando salía de su casa. «Con la familia de mi suegro nos movimos mucho», aseguró, y mencionó a dos militares de apellido Salinas y Rearte, ante quienes fue a pedir por su marido. «Buscábamos en regimientos, en cárceles. No pensábamos que iba a quedar en condición de desaparecido», aseguró.

En La Matanza la obligaron a renunciar y, pese a las ofertas de su suegro para irse del país, decidió quedarse. Para entonces «había perdido a mi marido y en una hora y media pierdo la casa, el auto, el trabajo. Me quedé viviendo en la casa de mi mamá, y al poco tiempo me anoté para trabajar como maestra».

Astiz, haciéndose pasar por Gustavo Niño, le preguntó una vez: «Tu marido estaba en la joda». «Me quedé paralizada», recordó. «Noticias de Ricky», le dijo uno por el portero eléctrico en el edificio de su mamá semanas después del secuestro. Lo dejó subir. Meses atrás lo reconoció en fotos de represores durante el juicio por la Brigada San Justo. «Ricky me pidió que te dijera que sigas buscando por la iglesia», le había dicho ese hombre rubio, grandote. «Hacía una semana que mi mamá y mi hermana habían ido a ver al vicario castrense», precisó este martes.

Sin embargo, hacia febrero de 1977, a un tío militar, José María Villafañe, le dijeron que ya no buscaran más a Ricardo.

En mayo de 1984 declaró ante la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP). Pero fue recién a través de Nilda Eloy cuando tuvieron información importante sobre el destino de Ricardo.

Madre e hija mencionaron a Diego Guelar como otro de los militantes de aquel grupo, del cual es el único que no estuvo secuestrado. «Era el abogado de la organización y militaba con nosotros», afirmó Cristina, quien también pidió «justicia para Ricardo y para los 30.000, y cárcel común y efectiva» para los responsables.

Cristina del Río quiso recordar a su suegra y leyó un tramo de un poema que esta le escribió a su hijo el día en que hubiera cumplido treinta años. «Fue secuestrado en esta, su patria que una vez fue llamada Tierra de promisión y de paz / Tierra de gente que porta capucha y armas en las manos / Tierra no puede ser tuya esta gente que no tiene alma […] Tierra donde lo perdí una madrugada triste / Tierra, hoy te pregunto a tí, temblando, ¿lo tienes tú?».

AUDIENCIA 36 DEL JUICIO POZO DE BANFIELD, POZO DE QUILMES E “INFIERNO”

Fuente: Diario Contexto - Ago 17, 2021

 


Fue gracias a los testimonios de un puñado de sobrevivientes del centro clandestino de detención (CCD) que funcionó en la Brigada de Investigaciones de la Bonaerense de Lanús con asiento en Avellaneda que familiares de militantes secuestrados en 1976 que permanecen desaparecidos pudieron saber que sus seres queridos pasaron por El Infierno, entre otros campos de tortura y exterminio de la dictadura cívico-militar.

 
Jorge Barry, hermano mayor de Enrique y Juan Alejandro, fue el primero en brindar su declaración de forma virtual el martes ante el Tribunal Oral Federal Nº 1 de La Plata, que lleva adelante el juicio por los delitos de lesa humanidad perpetrados en el Pozo de Banfield, el Pozo de Quilmes y El Infierno de Lanús. En esos tres CCD funcionaban brigadas de la Bonaerense, dirigida entonces por Ramón Camps y su mano derecha, Miguel Osvaldo Etchecolatz, y conformaban el represivo Circuito Camps, integrado por una veintena de centros clandestinos.

 
Barry describió el hogar en el que se criaron los tres hermanos varones y la menor, Juana, en Adrogué, fruto de un matrimonio que se había conocido en Londres al alistarse como voluntarios en la Segunda Guerra Mundial. Apasionados por la historia argentina, los varones empezaron a militar en el Colegio Nacional de esa localidad.

 
Su padre era abogado, titular de la cátedra de Derecho Agrario de la Universidad de Buenos Aires (UBA) junto con Alfredo Martínez de Hoz, y trabajaba en el Banco Nación, frente a Plaza de Mayo, desde donde fue espectador aterrado del bombardeo de la «Fusiladora», el 16 de junio de 1955.

 
Enrique fue secuestrado el 22 de octubre de 1976 en una plaza de Bernal. Su compañera, Susana Papic, que estaba embarazada, fue secuestrada el 6 de diciembre de ese año. Tiempo después, su bebé, Agustín, apareció en las escaleras de la Casa Cuna y pudo ser entregado a su abuela materna.

 
Su hermano Juan Alejandro y su compañera, Susana Mata, fueron asesinados en Uruguay por una patota de la entonces Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), uno de los mayores centros clandestinos de tortura y exterminio que puso en marcha la dictadura. Su asesinato en el vecino país se enmarcó en el llamado Plan Cóndor, sistema de coordinación represiva de las dictaduras del Cono Sur. Detenido en la Brigada de Banfield ya en 1974, Juan Alejandro terminó preso en la Unidad 9 de La Plata. Su compañera pasó del Pozo de Banfield a la cárcel femenina de Olmos, donde dio a luz a su hija Alejandrina el 29 de marzo de 1975.

 
Recuperada la libertad, pasaron a la clandestinidad, relató Jorge Barry, y fueron asesinados en Uruguay. De este lado del río, la dictadura aprovechó el hallazgo de la niña para armar una operación mediática a través de varias revistas de editorial Atlántida, como GentePara Ti Somos, con titulares como «Los hijos del terror».

 
Cabe mencionar que Alejandrina Barry declaró como testigo en este juicio en marzo pasado.
El propio Jorge Barry fue víctima de un violento allanamiento en el domicilio familiar en Adrogué el 23 de octubre de 1976. Allí, una decena de personas de civil fuertemente armadas y con jerga del Ejército, según su opinión, le preguntaban insistentemente por Enrique.

 
Su padre intentó, a través de Martínez de Hoz, obtener alguna información sobre el paradero de Enrique, pero fue en vano.

La complicidad de la jerarquía católica

 
Barry y las testigos que lo sucedieron, Claudia y Patricia Congett, coincidieron en referirse a las gestiones que sus familiares realizaron por entonces ante el vicario castrense Emilio Graselli en la iglesia Stella Maris de Retiro.

 
«Me atendió en tres o cuatro oportunidades. Me dijo que Enrique estaba bien. En la última me dijo ‘no te preocupes más. Está bien. Está con Dios», relató Barry al Tribunal.
«Años después lo declaré ante la CONADEP [Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas]. Por los relatos, por la forma en que lo describía, no tengo dudas de que estuvo en contacto con él y que tenía mucha más información. Él me relataba su asistencia a los grupos de tareas. Tengo la certeza de que Graselli había visto a mi hermano», sostuvo Jorge Barry.

 
El 20 de diciembre de 1977 la familia fue informada de que Juan Alejandro y Susana Mata habían sido asesinados por un grupo de tareas de la ESMA. Su padre viajó entonces a Uruguay y regresó con la pequeña Alejandrina.

 
«En enero de 1978 empieza una campaña feroz de desprestigio por los medios de prensa, principalmente de editorial Atlántida», precisó Barry, antes de indicar que esa denuncia penal es objeto de otro juicio «lamentablemente bastante lento».

 
Nilda Eloy, que pasó por el terror de El Infierno y declaró en sendos juicios por delitos de lesa humanidad, fue también quien señaló que allí había estado secuestrado Enrique Barry.
La represión se cobró la vida de sus hermanos y sus cuñadas y dejó «tremendamente doloridos» a Jorge y Juana. Su padre fue obligado a jubilarse en la UBA y echado del Banco Nación. «Terminó con una depresión tremenda», se lamentó.

 
Al concluir, reclamó honores para «estos luchadores y resistentes a una de las peores dictaduras que ha habido en Latinoamérica», y agradeció por haber podido atestiguar «en nombre de mis hermanos y de los 30.000 desaparecidos de un país que nos duele mucho».


Las hijas de Jorge Luis Congett, “El Abuelo”

 
Jorge Luis Congett había nacido el 17 de noviembre de 1931 en la ciudad de Buenos Aires. Su secuestro y desaparición son también caso de este juicio.

 
Sus comienzos se remontan a la CGT de los Argentinos, donde conoció a su esposa, Esther Muiños, con quien años más tarde tendría a Patricia, hoy de 62 años, y a Claudia, de 50 años, ambas testigos familiares en este juicio.

 
El bombardeo de Plaza de Mayo había marcado a ese hombre, que terminó desarrollando su trabajo gremial en la municipalidad de La Matanza, donde se dedicaba además a la militancia católica y de acción social, cercano a los curas tercermundistas de aquellos años. Viviendo en la localidad de Villa Luzuriaga, empezó a militar en la Juventud Trabajadora Peronista (JTP), en la organización Montoneros, y fue uno de los fundadores del Partido Auténtico de La Matanza.

 
El apodo no era en vano. Le decían «El Abuelo» porque ya para entonces tenía 45 años y era uno de los cuadros políticos de más edad.
La madrugada del 20 de noviembre de 1976, casi una docena de hombres armados, de civil, irrumpieron en su vivienda, que las dos hijas describieron como «una casa de puertas abiertas, donde venían muchos compañeros de militancia».

«Le pedimos por favor que se fuera, pero él no quiso y se subió al techo», recordó su hija mayor. Los verdugos lo hicieron bajar y se lo llevaron.

 
Recorrieron morgues, hospitales y juzgados. Pero recién en 2011 pudieron saber por Nilda Eloy y Horacio Matoso que habían visto a su padre en El Infierno de Lanús. En el mismo grupo de trabajadores secuestrados «en el oeste» del conurbano, en La Matanza, estaban Ricardo Chidíchimo, José Rizzo y Héctor Galeano.

 
«El último recuerdo lindo que tengo fue el 6 de noviembre de 1976. Yo cumplía seis años. Me hizo el mejor cumpleaños de mi vida», relató Claudia, la más chica, que no se olvidará nunca del proyector de Super 8 con el que esa tarde les pasaron películas de Disney a ella y «a todos los chicos del barrio».

 
Ambas mencionaron puntualmente a Diego Guelar como un «alto dirigente de la organización Montoneros» que «debería ser llamado por la Justicia porque debe saber muchas cosas».

 
«Como muchas familias de desaparecidos, íbamos a la Vicaría Castrense a ver a monseñor Graselli, en la iglesia Stella Maris», dijeron las dos hermanas, que coincidieron igualmente en afirmar que «fueron años muy difíciles, de mucha tristeza y de mucha soledad».

 
Patricia recordó claramente que Graselli confeccionaba unas fichas que forman parte de un archivo «que fue secuestrado» y que «contenía las anotaciones de los destinos que creíamos habían tenido nuestros familiares.» La mujer pidió que se busque ese archivo.

 
La hermana mayor, que al día siguiente del secuestro de su padre cumplía dieciocho años, recuerda claramente que lo obligaron a subir a un Chevy negro, muy probablemente al baúl. Era un auto «que no tenía patente», aseguró.

 
Muchos años después, los restos de José Rizzo aparecieron en el cementerio de Villegas, pero «los restos de mi padre no aparecieron. Seguimos buscando», comentó Claudia Congett, que participó de la fundación de la asociación HIJOS La Matanza, antes de señalar que entregaron su «gota de sangre» al Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF).

 
«Sabemos y creemos necesario que en el cementerio de Avellaneda, donde está el panteón de la Policía… Dicen que debajo hay restos de desaparecidos. Creemos que la Justicia tiene que intervenir. Los familiares necesitamos saber el destino de nuestros familiares», reclamó. Ambas se refirieron al sector 134 de la necrópolis.

 
Las dos declararon en el Juicio por Brigada San Justo, pues su padre también fue visto en ese CCD por sobrevivientes. Reconocieron a uno de los oficiales de la Bonaerense que revistaba en esa Brigada, identificado como Cristóbal García.

 
«Hace 45 años que lo estamos buscando», sostuvo Patricia Congett, que reivindicó los testimonios de los sobrevivientes. «Sería hora de que alguien diga dónde están y qué hicieron con ellos», pidió esta mujer que reclamó a la Justicia «que nos acompañe», pues hasta ahora «ha apelado mucho a nuestra paciencia».


 

10 DE AGOSTO : TRIGESIMA QUINTA AUDIENCIA

Madre, hijo y hermano


En otra audiencia del debate por los crímenes del genocidio cometidos en las Brigadas de Investigaciones de la bonaerense en dictadura hubo tres testimonios: Haydeé Lampugnani, ex detenida desaparecida y sobreviviente del Pozo de Banfield, su hijo Gervasio Díaz, a su vez hijo del desaparecido “Chango” Díaz, y Hugo Pujol, hermano de la desaparecida Graciela Pujol, quien probablemente dio a luz en cautiverio en el “Pozo de Banfield, dieron continuidad al juicio.

 

Por Espacio de Lucha Nilda Eloy

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LA PLATA, “EL INFIERNO”, CÓRDOBA Y DEVOTO

El primer testimonio fue el de HaydEÉ Lampugnani, sobreviviente de varios CCD COMO “La Perla” y de otros del Circuito Camps, entre ellos del CCD conocido como “El Infierno”. Además es esposa del militante montonero desaparecido Guillermo Eduardo “Chango” Díaz, secuestrado en Tucumán en febrero de 1975 como parte del Operativo Independencia.

La sobreviviente de la Brigada de Investigaciones de Lanús, con asiento en Avellaneda comenzó relatando que el Terrorismo de Estado había golpeado a su familia desde muy temprano: primero con amenazas de parte de la banda peronista de la CNU; luego con el secuestro de su esposo el 8 de febrero del ’75 en Simoca junto a otros 2 compañeros, Pedro Medina y José Loto, que también están desaparecidos; y finalmente con el secuestro de su suegro, el catamarqueño Rafael Díaz Martínez, secuestrado en septiembre del ’76 junto a Juan Domingo “Bocha” Plaza, sobrino desaparecido de monseñor Antonio José Plaza, un sacerdote vinculado a la represión que llegó a Arzobispo de La Plata.

Haydeé contó que su esposo era no docente en la Universidad de La Plata y dirigente gremial de ATULP, y ella tenía una militancia social importante como asistente social en el barrio del Arroyo El Gato de La Plata, donde realizaba tareas comunitarias y de concientización política. Tras el secuestro de su suegro, que fue liberado en la zona de Punta Lara, Haydeé se fue a vivir con sus dos hijos pequeños, Rafael y Gervasio, a lo de unas amigas, Graciela Jurado y Liliana Violini. Sin embargo fue secuestrada el 5 de octubre del 76 en La Plata por un grupo de civil en autos particulares y llevada a la Comisaría 5ta. Jurado y Violini continúan desaparecidas, sin embargo la segunda pudo entregar a los hijos de Haydeé a la familia Díaz, que se los llevó a Catamarca. De la Comisaría 5ta Haydeé fue llevada al Pozo de Arana, donde pudo saber que también estaban allí secuestrados Mario Salerno, apodado “Dueño”, e Inés Pedemonte, ambos aún desaparecidos. Haydeé fue colgada de los brazos y salvajemente torturada. Luego, sobre el 13 de octubre del ’76 fue llevada al CCD “El Vesubio”, donde pudor saber de otros detenidos como su compañera Graciela Jurado, Marlene Kegler Krug y Nilda Eloy, Horacio Matoso y el cineasta Jorge “Piura” Mendoza Calderón. De este lugar la sobreviviente dijo que “estuvimos 22 días sin comer. Además de ser un centro de tortura era un centro de exterminio. Una afrenta permanente a la dignidad de la persona”. De allí fue llevada a fines de octubre junto a Eloy, Matoso, Jurado y Mendoza Calderón a la Brigada de Investigaciones de Lanús, CCD conocido como “El Infierno” y ubicado en el centro de la ciudad de Avellaneda. “Nos metieron a 8 personas en una celda completamente cerrada. Entrábamos parados, entonces nos turnábamos para acostarnos, 2 se acostaban y 4 quedaban parados. Veníamos de 20 días sin comer y en otros 6 días tampoco nos alimentaron. Sólo nos pasaron una botella de agua y teníamos que hacer pis por debajo de la reja porque no podíamos mojar el lugar donde nos teníamos que acostar”, dijo la sobreviviente.

Desde Avellaneda la llevaron junto a Salerno a un lugar donde los cargaron en un avión hacia Córdoba y luego fueron depositados en el CCD “La Perla”, que regenteaba el genocida Luciano Benjamín Menéndez, a cargo del Comando del Tercer Cuerpo del Ejército. Según la testigo el traslado “prueba la coordinación y la sistematización que han hecho en todo este diseño represivo. Yo paso de ser una secuestrada a manos dela policía de la provincia de Buenos Aires a manos del Tercer Cuerpo".

La testigo dijo que en septiembre del ’77 la llevaron de “La Perla” a la cárcel de Villa Devoto y en octubre del ’77, un año después de su secuestro, pudo saber que sus hijos estaban en Catamarca con la familia paterna. Recién en febrero del ’78 pudo ver a los niños.

Para finalizar la sobreviviente dijo que tras 45 años de los hechos “ha sido todo un esfuerzo armar un relato con precisión respecto a las fechas” y pidió justicia por todos los compañeros desaparecidos en los CCD por donde le tocó pasar.

Con el testimonio de Haydeé Lampugnani se inició la rueda de testigos referidos a los crímenes cometidos en el CCD “EL Infierno, por donde pasaron más 60 personas entre julio del ’76 y noviembre del ’78.


NO MENDIGAR JUSTICIA

El siguiente testimonio fue el de Gervasio Díaz, hijo de Haydeé Lampugnani y Guillermo “Chango” Díaz, quien completó el relato de su madre con algunas importantes reflexiones sobre el pasado y presente del Terrorismo de Estado. De hecho Gervasio inició su exposición aclarando que su objetivo principal era “dejar absolutamente en claro las responsabilidades del Estado argentino en el secuestro y desaparición de mi madre y mi padre. Hablo del Estado en el gobierno previo a la última dictadura, en la dictadura genocida y el Estado en democracia del año 83 en adelante”, sentenció con precisión, y agregó que “nuestra familia es un claro ejemplo de que la dictadura, la tortura y el secuestro no comenzó el 24 de marzo de 1976”. A continuación describió que en febrero del ‘75, cuando secuestraron y desaparecieron a su padre “estábamos intentando empezar una nueva vida en Tucumán” y recordó a los compañeros que cayeron con su padre: Pedro Medina, un maestro rural, y José López, un compañero de Termas de Río Hondo. Los tres continúan desaparecidos. Gervasio vive en Cipolleti y milita desde hace años en HIJOS Alto Valle. Aseguró que ir a la cárcel de Devoto a visitar a su madre presa política fue “una de las cosas más aterradoras que me tocó vivir”, y rememoró que cuando su madre fue liberada no fue el fin del calvario, porque se fueron a Catamarca y ella no conseguía trabajo, ante lo cual optaron por irse a Río Negro a buscar suerte en un verdadero exilio interno. Dijo que allí en el sur pudieron compartir con las Madres de Plaza de Mayo de Neuquén y de Alto Valle, y junto a otros referentes como el sacerdote Jaime de Nevares pudieron encontrar un poco de vida y reconstruirse como familia. “Siempre supimos quiénes somos y de quiénes somos hijos”, dijo Gervasio y hablando directo al Tribunal señaló que “después de tantos años lamento decirles señores jueces que no venimos a pedir Justicia. Los momentos de Justicia fueron los de movilización popular, los de escraches, los momentos de gritarles a la cara a los asesinos”. No es para menos cuando la mayoría de los represores procesados y condenados en el país, así como casi todos los imputados en este debate gozan del beneficio de la prisión domiciliaria y ni siquiera están presentes en las audiencias.

Para cerrar su testimonio Gervasio recordó a los 30 mil detenidos desaparecidos y a Jorge Julio López, de quien se están por cumplir 15 años de su segunda desaparición impune.



45 AÑOS BUSCANDO UN(A) SOBRINO(A)

 

El último testimonio fue el de HUGO PUJOL, hermano de Graciela Gladis Pujol, apodada "Piki", secuestrada y desaparecida el 8 de octubre del ’76 junto a su esposo José Horacio Olmedo, que fue vista embarazada por sobrevivientes del “Pozo de Banfield”. Graciela tenía 23 años al momento de ser secuestrada y estudiaba el 6to año de Medicina en Córdoba. Se estaba especializando en mal de chagas y estaba casada con José, oriundo de La Rioja, con quien se conocieron en la facultad. Ambos militaban en la Organización Comunista Poder Obrero (OCPO). José tenía un hermano llamado Gustavo Gabriel Olmedo, apodado “Papilo”, que fue secuestrado y desaparecido a los 20 años, 2 días después del golpe de Estado del ’76 y tras salvarse de un atentado en la casa familiar en pleno centro de Córdoba. Su cuerpo fue identificado por el EAAF en 2003 enterrado en el sector C del Cementerio cordobés de San Vicente.

La caída de Gutavo tiene estrecha relación con el secuestro de la pareja Pujol-Olmedo. En verdad en enero de 1976, Rubén Salvadeo, un amigo y compañero de militancia de Tato y Gustavo, fue asesinado. El 5 de marzo de 1976 la casa que la pareja compartía con Gustavo fue ocupada por la Triple A. Se quedaron tres días esperando que viniera alguien. Al no hacerlo, la saquearon y luego la dinamitaron con 4 kilos de explosivos. Debido a esto los tres pasaron a esconderse. Poco después Gustavo fue detenido-desaparecido.

José y Graciela se mudaron a Buenos Aires y José consiguió un trabajo en una heladería. Los padres de José lo fueron a ver en octubre de 1976, pero la pareja fue secuestrada poco después.

Hugo explicó que al ser secuestrada Graciela cursaba entre tres y cuatro meses de embarazo. Dijo que se enteró del secuestro de Graciela estando él detenido en la Unidad 1 de Córdoba, donde pasó toda la dictadura recluido. Agregó que “Graciela pudo enviar algunas cartas a través de conocidos. Sabíamos que estaba embarazada y que el bebé iba a nacer en febrero o marzo de 1977”. Por sobrevivientes del “Pozo de Banfield” se sabe que Graciela estuvo en ese CCD a principios de octubre de 1976. De hecho fue el sobreviviente Rubén Omar Bricio, quien pasó por Banfield como detenido ilegal, quien en agosto del ‘78 envió una carta a los padres de Hugo y Graciela contando que había estado con ella en un lugar de detención clandestino. “ahí nos enteramos de que estaba viva!, señaló Hugo. Sin embargo a Graciela se le perdió el rastro en Banfield a fines del ’76 y continúa desaparecida. Pese a ello Hugo confesó que “no dejo de tener la esperanza de que mi hermana haya podido tener su bebé y que ese chico que hoy debería tener 44 años algún día aparezca. Ya hice donación de sangre, igual que mi familia, y tenemos fe en que suceda un milagro y que este chico, ya adulto, se pueda contactar por lo menos con los que quedamos todavía vivos”.

Para finalizar Hugo exigió “verdad y justicia para tener el corazón un más tranquilo y poder decir ‘el que la hizo, la pagó’”.

 


El juicio continúa con más testimonios de familiares de las víctimas y sobrevivientes del Genocidio. Se puede seguir en vivo todos los martes por la mañana por los canales youtube del CIJ y del Tribunal Oral Federal 1 de La Plata.




 

sábado, 14 de agosto de 2021

3 DE AGOSTO : TRIGESIMA CUARTA AUDIENCIA

 TRES HIJXS Y UN SOLO RECLAMO

Una nueva audiencia del debate oral por los crímenes cometidos en las Brigadas del conurbano de La Bonaerense en dictadura. Se escucharon tres testimonios completos, complejos y emotivos. Mariana Busetto, hija del militante del PRT-ERP Osvaldo Busetto, secuestrado en La Plata y desaparecido en los CCD de Arana, Banfield y Quilmes; Ramiro Poce, hijo de Ricardo Poce y sobrino de Julio Poce y Graciela Pernas, desaparecidos desde el “Pozo de Banfield” en diciembre del ‘76; y María Ofelia Santucho, que con 12 años pasó como detenida desaparecida junto a sus primas por los CCD de “Puente 12” y el “Pozo De Quilmes” en diciembre del ’75 y luego se exilió en Cuba. Tres historias unidas por el dolor de la pérdida y las ausencias, hermanadas en un solo reclamo: Verdad y Justicia.

Por Espacio de Lucha Nilda Eloy

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MUCHOS “HUBIERA”

La audiencia comenzó con el relato de MARIANA BUSETTO, hija de Osvaldo Busetto, militante del PRT-ERP secuestrado el 9 de septiembre del ’76 en el centro de La Plata tras ser baleado cerca de la Plaza San Martín y visto en los CCD de Arana, el “Pozo de Quilmes” y “Pozo de Banfield” hasta fines de aquel año.

La testigo dijo que cuando desapareció su padre ella tenía dos años de edad y que conoce la historia por la investigación que pudo hacer desde su juventud gracias a los testimonios de sobrevivientes y familiares.

Así relató que al momento de ser secuestrado su padre tenía 30 años, estudiaba arquitectura y había sido bombero de la Policía. Estaba separado de su esposa, con la que había tenido a Mariana, y estaba en pareja con Ángela López Martín, profesora de geografía del Colegio Nacional de La Plata, que fue secuestrada unos días después que Osvaldo, y ambos continúan desaparecidos.

Mariana reivindicó la militancia de su padre al decir que “tenía un cargo dentro del ERP”, y agregó que el primer testimonio que leyó sobre su padre fue el del sobreviviente Pablo Díaz en el libro “La Noche de los Lápices”, en un ejemplar que le regaló su abuela paterna. Dijo también que ya en la etapa de la escuela secundaria fue a varias marchas estudiantiles o de derechos humanos, siempre a escondidas de su madre porque en la familia había mucho miedo.

Así fue relatando la reconstrucción que pudo hacer de la historia de Osvaldo, y conoció mucho tiempo después al sobreviviente Walter Docters, quien compartió militancia y cautiverio con su padre. “Estudié los testimonios de Pablo Díaz y de Walter Docters y mi abuela me dio un libro donde había unas cartas de Gustavo Atilio Calotti que le había escrito a mi tío Juan Carlos Busetto, quien se ocupó de buscar a mi papá”, dijo Mariana. Agregó que su tío “no tenía un límite para buscarlo desaparecido y cuando mi papá estaba vivo no tenía límites para esconderlo”. Señaló que también fue por la sobreviviente Nora Ungaro que conoció el paso de su padre por los CCD de Arana y “Pozo de Quilmes”.

De esta manera pudo saber que “a mi papá lo balean mucho, en una pierna y en otras partes del cuerpo. Lo llevaron al Hospital Naval para operarlo, pero luego lo llevaron al Pozo de Arana. Lo necesitaban vivo”.

Hasta donde se pudo saber Osvaldo Busetto fue trasladado en octubre del ’76 al “Pozo de Quilmes”, donde recibió curaciones de sus heridas de parte del estudiante platense Víctor Treviño, que se encontraba allí secuestrado y continúa desaparecido. Ya para noviembre del ’76 Osvaldo fue llevado al “Pozo de Banfield” donde esta vez fue atendido por Pablo Díaz, y donde ambos detenidos eran controlados por el genocida y médico policial Jorge Antonio Bergés, uno de los 18 imputados en este debate. “Tengo información hasta fines de diciembre. Ya ahí no lo ve nadie más a mi papá”, dijo Mariana. Y agregó que sobre Ángela supo que “estuvo en Quilmes y después ya no supe más nada”. Los casos de Ángela López Martín y Osvaldo Busetto forman parte de la acusación de este juicio, y por ellos están imputados una decena de represores.

Sobre los genocidas, Mariana sentenció que “esta gente nunca dijo nada. Tienen un pacto de silencio siniestro. No dicen ni dónde están los nietos ni dónde están las personas que buscamos. Siento que estos juicios son reparadores en parte y que la palabra lesa humanidad tiene que ver con eso: esta gente está cometiendo ahora mismo un delito porque está callando, les gusta seguir haciendo daño”.

Sobre el final de su relato reflexionó sobre su propia vida como hija de desaparecido y dijo que atravesó “una infancia tristísima y una adolescencia muy difícil”, con su madre y su pareja que era un violento. Aún así dijo que se siente acompañada por el “recuerdo de los que no están”. Y finalizó afirmando que pasar por la organización HIJOS la ayudó mucho, ya que si bien “los HIJOS tenemos muchos hubiera: ¿Cómo hubiese sido mi vida si él hubiese estado? ¿Cómo hubiera sido él como abuelo?”, dijo que “el amor que se siente entre los HIJOS es totalmente diferente al que uno pueda sentir por amigos o hermanos de sangre”.



LOS POCE-PERNAS

A continuación se escuchó el testimonio de RAMIRO POCE, hijo y sobrino de militantes desaparecidos. Sus tíos Julio Gerardo Poce y Graciela Pernas, cuyos casos forman parte de la acusación en este debate, fueron secuestrados en Capital federal el 19 de octubre del ’76 y vistos en el “Pozo de Banfield” hasta fines de ese año. Ramiro es además hijo de Ricardo Poce, secuestrado y desparecido el 9 de diciembre del ’78 en Berazategui y visto en el CCD “El Olimpo”.

Al comenzar el testimonio Ramiro reflexionó que “ya pasaron 45 años. Si bien este juicio tiene un valor, también hay cosas que se perdieron, como la posibilidad de que mi abuelo esté testimoniando. Cuando la justicia es muy lenta, no es justicia. Este juicio tiene un valor pero llega tarde”, dijo a un tribunal que se tomó 8 años desde la elevación del primer tramo de la causa por el CCD de Banfield para iniciar el debate oral.

Ramiro reivindicó la lucha de su abuelo Julio César Poce, destacado integrante de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) y médico del Hospital de Niños de La Plata, quien durante años trabajó en una tarea de investigación de lo sucedido con sus familiares desaparecidos y que se compilan en un libro, titulado “Historia no oficial de la dictadura del proceso, sus antecedentes y consecuencias” que el testigo exhibió y aclaró que nunca fue publicado, pero puso a disposición del tribunal.

De esa manera Ramiro pudo saber que Julio y Graciela se conocían desde el secundario en el Colegio Nacional de La Plata, se habían casado, militaban juntos y fueron secuestrados en Capital Federal el 10 de octubre del ‘76. Luego fueron vistos en el “Pozo de Banfield” por los sobrevivientes Pablo Díaz y Alicia Carminati hasta fines de noviembre de aquel año. La pareja había comenzado de jóvenes una militancia en el Grupo de Estudiantes Secundarios Socialistas, luego en el Grupo Universitario Socialista (GUS) y más tarde en el espacio de acción directa de ese grupo que fue la Organización Comunista – Poder Obrero (OCPO). El espacio era un grupo político militar conducido entre otros por Dardo Castro, constituido en 1974, que logró un desarrollo teórico, político y organizativo que lo llevó a participar de las experiencias más importantes del movimiento obrero y popular argentino de la década del ´70.


Ramiro contó al tribunal que ya desde el año ’75 su familia venía sufriendo persecución política: en julio de ese año la Concentración Nacional Universitaria (CNU), banda criminal estatal del tercer gobierno peronista asesinó a Roberto Rocamora, como Julio y Graciela militante del GUS y de la OCPO. “Ese fue uno de los primeros golpes duros”, dijo Ramiro, y agregó que “para ese momento mi tío ya había sido amenazado de muerte por la CNU y la Triple A”. Ante esa situación la pareja de Julio y Graciela se mudó a Capital en el barrio de Flores y su padre Ricardo a Berazategui. Julio y Graciela siguieron estudiando y en el ’76 estaban él en cuarto año de Medicina y ella en primero de Ecología, en la Facultad de Ciencias Naturales. Sin embargó la represión continuó y en mayo del ´76, un grupo armado allana la casa de los abuelos paternos de Ramiro en La Plata. Allí los represores dieron vuelta la casa y robaron objetos de valor, lo que Ramiro definió como que “da cuenta del nivel de delincuencia de esas personas. Aunque se escuden en cuestiones ideológicas, robaban todo lo que podían”.

Finalmente el 19 de octubre un operativo del Ejército llegó hasta el departamento de la pareja en Flores. “Mis tíos intentan escaparse por una pared de atrás. Graciela casi se había escapado y a mi tío le tiran un tiro en la pierna y Graciela vuelve, y ahí los secuestran”, contó Ramiro que pudieron reconstruir en la familia. Casi 2 años después su padre Ricardo era baleado y secuestrado en Berazategui. Por ambos hechos los abuelos paternos se movieron realizando varias gestiones. La abuela Elena Mateos fue Madre de Plaza de Mayo y su abuelo estuvo muy activo en la APDH. Realizaron la búsqueda ante Amnistía Internacional y también ante el Ministerio del Interior en plena dictadura. Su abuelo contó durante los Juicios por la Verdad en La Plata que sólo dos vecinos se animaron a hablar con él y contarle lo que había pasado aquella madrugada de octubre del ‘76. Por testimonios de sobrevivientes como Cristina Comandé, Elena Corbín y Elio López, supieron que a Julio y a Graciela se los llevaron al Centro Clandestino de Detención conocido como Puente 12/Protobanco/Banco o Brigada Güemes. En noviembre los trasladaron al Pozo de Banfield, según testimonios de José María Noviello, Pablo Díaz y Alicia Carminati. “Dicen que diciembre fue el último mes que los vieron con vida. Estos son delitos de lesa humanidad, no prescriben y continúan en el tiempo. No tenemos los cuerpos de ninguno de los desaparecidos de mi familia. Mis primos siguen apropiados. Esta gente que está siendo juzgada, que ni siquiera se conectan a la audiencia, tienen un pacto de silencio y podrían decir dónde están los cuerpos y dónde están los nietos. Para eso podrían servir también estos juicios”, finalizó Ramiro.

 



Para cerrar su testimonio y homenajear también a Graciela Pernas, Ramiro Poce leyó un poema de autoría de la propia militante desaparecida de su libro “Pájaros Rojos” que dice: “A veces te siento cerca, a veces te siento lejos. Ay miedo, qué tonto miedo que me quiere tapar. Tapar la fuerza, tapar la pelea. Tapar la lucha y que me dice ‘Soy tuya”. Tomáme y sentémonos a llorarme. Pero yo quiero tenerte lejos. Porque hoy no sos vos más mía. Mías son otras. Más grandes, más negras, más frías. Que medicen. Tomános, levántate y luchemos”.

 


NIÑOS EN LOS CCD DE LA BONAERENSE

 
El testimonio final de la jornada fue el de MARÍA OFELIA SANTUCHO, hijas mayor de la pareja de militantes del PRT-ERP formada por Ofelia Paz Ruiz y Oscar Asdrúbal Santucho. Oscar era hermano de Mario Roberto Santucho, referente máximo del PRT y jefe del ERP. María Ofelia contó que su familia dejó la provincia de Santiago del Estero cuando ella era adolescente, y fueron a vivir en una casa en Morón. Así recordó que en el año 1975 se vivió con mucha tensión, ya que su padre fue asesinado en Tucumán, mientras ella, su madre y sus hermanas seguían en Morón. Dijo que ya en ese momento las medidas de seguridad militantes estaban en pleno funcionamiento, y que todos tenían otros nombres, a la vez que la casa familiar era visitada por muchos militantes a los que identificaban como “tíos”.

 

La testigo relató el operativo que sufrieron el 8 de diciembre del ’75, cuando estaban festejando el cumpleaños del hijo de un compañero del partido en presencia de varios niñxs, entre ellxs las 3 hijas del jefe de la organización, Ana Cristina, Marcela Eva y Gabriela Inés Santucho. Dijo que “en 2 segundos, de una patada se abre la puerta. Mi prima entra. Un tipo empieza a gritar. Nos quedamos paralizadas. Empezaron a entrar por las ventanas y en fracción de segundos había 12 o 15 personas en la casa. Gritos, patadas, insultos y preguntas como ‘¡¿dónde están las armas?!’ colmaron aquel allanamiento”. Contó que los represores rompieron varias sábanas, ataron a niñxs y grandes, entre ellos Ofelia Paz y Esteban Abdón, con las manos en la espalda y los sacaron de la casa bajo la mirada de los vecinos. Después los subieron en varios autos. A ella con sus dos hermanas. A María Ofelia le quedó grabado que uno de los represores preguntó a cuánto estaba Campo de Mayo, pero en realidad fueron llevadas al CCD “Brigada Güemes-Cuatrerismo” o “Puente 12”, en Panamericana y Richieri, en la rotonda que deriva ambas autopistas en el partido de La Matanza. En ese lugar sufrieron amenazas, golpes, y manoseos, más un interrogatorio comandado por el genocida apodado “Mayor Peirano”, el militar Carlos Antonio Españadero, que desde diciembre pasado está siendo juzgado por 17 casos de personas secuestradas en ese CCD.

 

Al día siguiente las llevaron al “Pozo de Quilmes”, donde estuvo 2 días junto a sus hermanas María Susana, María Silvia y María Emilia; sus tres primas, otro primo llamado Mario Antonio y 2 hijos de otros compañeros. La figura de un grupo de niños cautivos en un CCD dela Policía Bonaerense fue rara vez escuchada en estos juicios, y la testigo y sobreviviente dijo que allí los cuidaban unas “asistentes sociales”. El periplo terminó con el represor Españadero sacándolos del lugar para dejarlos en un hotel en el barrio porteño de Flores. Finalmente, como el PRT había localizado el hotel, fueron llevados a la embajada de Cuba, donde estuvieron 1 año sin poder salir. Tras ese lapso pudieron salir del país con destino en Cuba.

Para finalizar su testimonio María Ofelia Santucho reclamó “Verdad y Justicia” por el horror vivido por su familia » y recordó a 5 mujeres que “me han acompañado en mi vida»: su prima hermana Graciela Santucho, su tía Nenita, su tía Cristina Navajas de Santucho y la militante de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos Adriana Calvo, que luchó incansablemente para que esta causa llegara a juicio y falleció hace más de 10 años.

En la audiencia xxx de este debate Miguel Santucho refirió que de los diez hermanos Santucho todos sufrieron alguna consecuencia por su militancia. Además contó la desaparición de su madre Cristina Navajas en conjunto con su cuñada Manuela Santucho y Alicia Dambra, ocurrida el 13 de julio de 1976 en Capital Federal, y el asesinato de Mario Roberto Santucho, Benito Urteaga y Domingo Menna, tres de los máximos referentes del PRT-ERP que cayeron el 19 de julio de aquel año en un operativo en Villa Martelli. Si bien los casos de Cristina y su hijo nacido en cautiverio en el Pozo de Banfield forman parte de la acusación, los hechos sufridos por María Ofelia y sus familiares que pasaron por el “Pozo de Quilmes” no, lo cual motiva tarea para las partes acusadoras.


PLANTEO FINAL

Al finalizar la audiencia el fiscal Juan Martín Nogueira anunció que la querella oficial en el debate pedirá una audiencia para solicitar la ampliación de diversos casos que son parte de la acusación pero que están conceptuados de manera incompleta (desapariciones forzadas u homicidios como simples privaciones de libertad con aplicación de tormentos) o no están debidamente caratulados, hecho a su vez sólo atribuible a la desidia con que instruyen estas causas el ministerio público y los juzgados federales. Veremos qué resulta del planteo, sobre todo teniendo en cuenta que la propia fiscalía viene realizando una tarea de “instrucción express” de varios casos que han quedado marginados de la acusación formal del juicio, y que además las ampliaciones por “hechos nuevos” que habilita el código procesal son siempre menos amplias que la totalidad de los crímenes probados e impunes cometidos en los distintos CCD que llegan a juicio, en este caso las Brigadas de Banfield, Quilmes y Lanús/Avellaneda. Desde el espacio Justicia Ya! La Plata nos hemos opuesto sistemáticamente a la elevación a juicio de las causas de manera fragmentada e incompleta, ya que sabemos que muchas veces no habrá oportunidad de llevar a debate todo aquello que queda por fuera de las magras instrucciones oficiales, y que casi siempre los jueces de los tribunales orales se niegan con criterios estrechos a incluir en el juicio aquello que no se hizo a tiempo, incluso aunque tenga total sustento probatorio.


El juicio continúa el 10 de agosto con más testimonios de familiares de las víctimas y sobrevivientes del Genocidio. Se puede seguir en vivo todos los martes por la mañana por los canales youtube del CIJ y del Tribunal Oral Federal 1 de La Plata.





 

AUDIENCIA 37 DEL JUICIO POZO DE BANFIELD, POZO DE QUILMES E “INFIERNO”

FUENTE: DIARIO CONTEXTO - Ago 24, 2021 E l secuestro y desaparición de Ricardo Darío Chidichimo, por entonces meteorólogo recibido e...