viernes, 26 de marzo de 2021

02 DE MARZO DE 2021: DÉCIMO SEXTA AUDIENCIA

AUDIENCIA 16

 (Fuente: Diario Contexto).


En la décimo sexta audiencia del debate oral con modalidad virtual del Juicio Brigadas Banfield, Quilmes y Lanús, prestaron declaración testimonial lxs ex detenidxs-desaparecidxs Gustavo Javier Fernández y Lidia Ester Biscarte y Orlando Edmundo Ubiedo, quien testificó por su hermano Valerio Salvador Ubiedo.

 

Los tres testimonios de esta audiencia son relevantes para pensar cómo confluyen en estos Centros Clandestinos distintos circuitos represivos de la provincia  y también cómo en una misma persona pueden entrelazarse las dimensiones de familiar y sobreviviente.

 

 

El primer testigo fue Orlando Edmundo Ubiedo, hermano de Valerio Salvador Ubiedo, cuyo caso forma parte de este juicio por su paso por el Pozo de Banfield. Orlando testifica por el caso de su hermano, ya que Valerio falleció en el año 2000. 

Valerio Salvador Ubiedo trabajaba en el Molino San Sebastián, en el partido de Escobar, y era delegado interno de la Unión Obrera Molinera. El primer secuestro de Valerio ocurrió en la primera semana de marzo de 1976. Fue secuestrado por un grupo al mando del policía Luis Abelardo Patti, en la casa de un familiar. Fue torturado y luego liberado en la ruta 4. 

Después del golpe, Luis Patti estuvo una semana en la vereda de la casa de Valerio hasta que, el 2 de abril, lo secuestró nuevamente, en esta ocasión de su domicilio. Según le relató posteriormente a su hermano, Valerio pudo bajarse la venda y reconocer que se encontraba en el Pozo de Banfield. En ese lugar pudo ver a Catalina Martha Velazco de Morini, José Silvano García, Daniel Lagaronne y Blanca Buda. Luego de su paso por el Pozo de Banfield, fue puesto a disposición del PEN en la cárcel de Mercedes y más tarde, trasladado al penal de Sierra Chica y a la Unidad 9 de La Plata. En el año 1981 recuperó la libertad.

 Ubiedo relató que su hermano falleció en el año 2000. Para él, la enfermedad de Valerio se debió a las terribles condiciones de encierro en el penal de Sierra Chica. Y señaló que su papá fue militante político y delegado del sindicato de la construcción en Entre Ríos. Falleció de un infarto a partir de la noticia del secuestro y la desaparición de sus dos hijos. A su vez, Orlando declaró que “…aterrorizaron a mi familia durante mucho tiempo”. 

Pedro Griffo,  de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación le preguntó a Orlando por su propia actividad política y por los hechos de persecución que había sufrido él mismo. Relató entonces que fue Secretario General del Sindicato de Trabajadores Rurales de Escobar, que formaba parte de la CGT de zona norte. Fue secuestrado en septiembre de 1974, junto a Gastón Roberto José Gonçalves y Ana María del Carmen Granada. Describió las terribles condiciones de su propio secuestro. Fueron trasladados a la delegación de la policía federal de San Martín. Tilo Wenner, un periodista, hizo pública la denuncia del secuestro y logró que los liberaran. Posteriormente Wenner fue secuestrado en marzo de 1976 y, al igual que Gonçalves y Granada, continúa desaparecido.

Orlando Ubiedo se vio obligado a irse del país, ya que se encontraba vigilado de manera permanente. Orlando agregó que sentía su testimonio como “un compromiso” ya que él es un “sobreviviente, de esa etapa tan jodida, donde desaparecieron y murieron 30.000 compañeros”. Concluyó su declaración expresando que “Es mi deber denunciar estas cosas por las cual hemos pasado, lamentablemente en nuestro país”.

El segundo testimonio de la audiencia fue el de Lidia Ester “China” Biscarte.

Comenzó dirigiendose al juez Ricardo Basilico: “Yo quiero decirle señor presidente: esto causa mucho dolor. No sé si se ríen los genocidas de nosotros, si les recordamos cómo nos torturaron, nos violaron…. Siento que venir ante un tribunal no sirve de nada ya que los genocidas o están en sus casas o están absueltos (…) por favor presidente haga justicia. Que esto no se repita nunca más. Somos tres los que quedamos vivos de Zárate. Somos respetuosos de la ley pero quiero pedirle: ya se fueron muchos compañeros. Esta gente está en su casa. Son genocidas. Que esta gente pague por lo que hizo”. Lidia hizo así referencia a la reciente muerte de Ios sobrevivientes Iglesias y Lagaronne, que no llegaron a testimoniar en el juicio. Luego continuó contando que le dicen “China”, que es un sobrenombre que le puso su papá y no “un nombre de guerra”, por lo que afirmó “llevarlo con mucho honor”, a pesar de haber sido hostigada por ello.

Al momento de su secuestro, trabajaba como personal de maestranza en el Puente Zárate- Brazo Largo y tenía 29 años. Se desempeñaba como delegada gremial y era  subcontratada junto a sus compañeras  -no recuerda el nombre de la empresa de Campana para la que trabajaba- para limpiar las oficinas de las empresas constructoras y concesionarias (Techint-Albano, Pilotes Trevi, Vialidad Nacional y Mecánica del Suelo). La secuestraron en la madrugada del 27 de marzo de 1976 en su domicilio de Zárate. Según explicó, participaron efectivos de Gendarmería, Prefectura y la Policía de Zárate. Cuando se la llevaron, en la casa quedaron sus cuatro hijos solos atados. Relató el sufrimiento que significó no saber nada de ellos hasta que pudo contactarse con su familia. Supo luego que los vecinos los encontraron y se los llevaron a su padre. 

A continuación detalló su recorrido por distintos Centros Clandestinos y por las unidades penitenciarias de Olmos y Devoto. Relató cómo reconoció los lugares donde estuvo secuestrada porque podía identificar ruidos y otras peculiaridades de la zona. Reconoció la Comisaría de Zárate como el primer lugar al que la llevaron. Por el relato de sus vecinos supo que la trasladaron en un falcon verde. Allí vió a Bugatto, a su hijo, a otro compañero y a Teresita Di Martino. También escuchó a un compañero que no pudo reconocer. Señaló que no estuvo más de dos días y describió las terribles torturas recibidas en la Comisaría,  señalando  que durante los interrogatorios, muchas preguntas estaban dirigidas a la actividad gremial que señalamos anteriormente.

Luego la llevaron al Arsenal de Zárate. Lo reconoció porque es oriunda de esa localidad y escuchó el silbato especial del ferry que pasaba por allí. Contó las terribles torturas que sufrieron particularmente las mujeres. De allí la cruzaron al buque Murature. “Sé que era ese barco porque había pescadores que los hicieron retirar. Cuando salí en libertad ellos me contaron que era de ese barco de donde se escuchaban gritos. Digo esto porque en otros juicios lo han negado”, sostuvo tajante. Dio cuenta de la presencia de detenidos de la zona de Zarate, Campana y Escobar, a muchos de los cuales no conocía. Entre ellos reconoció a los intendentes de Zárate y de Campana, a los Armesto, padre e hijo, a los Bugatto, padre e hijo, José María Iglesias, los hermanos Barrientos, la doctora Velazco y su esposo y otras personas con las que compartió un largo trecho.

Posteriormente fue devuelta al Arsenal, donde ve a través de la venda muchos cadáveres junto a una máquina excavadora y denunció que sobre el lugar donde los enterraron se construyó el Casino de Oficiales. 

Luego indicó los centros clandestinos de la zona por los que fue trasladada sucesivamente: el Tiro Federal de Campana, la Comisaría Federal de esa localidad, la Comisaría de Escobar, el Tolueno de Campana, el Clubs Siderca, una quinta en Tigre y la Comisaría de Moreno. indicó que fue conducida en un vehículo junto a otras personas, que en cada lugar fueron bajados y subidos del vehículo para ser interrogados bajo tormentos y que tanto en el Tiro Federal como en la quinta del Tigre pudo ver muchos cadáveres de prisioneros. 

Finalmente fue conducida al Pozo de Banfield. Narró el trato que allí recibieron e indicó que en ese lugar se produjo el fallecimiento de Souto. Ante la pregunta de la Fiscalía, Biscarte relató que el traslado al Pozo de Banfield fue en un camión del Ejército. A su vez, relató las deplorables condiciones de vida en Banfield. “Éramos animales para ellos”, describió. Del Pozo de Banfield a Campo de Mayo fue en celular. 

Remarcó en varias oportunidades que trataban de reconocerse y nombrarse entre los compañeros, “por si alguno quedaba vivo, avisar a las familias” Los sobrenombres eran lo más fácil de retener, de recordar. Cuando Ana Oberlin le preguntó por un compañero conocido como “Negro”, afirmó haber estado con él.

Sobre los compañeros con los que había estado nombró a José María Iglesias, los hermanos José y Juan Pedro Barrientos, Eva Orifici, Osvaldo Souto, Blanca Buda, Juan Puthod, Julio y Luis María Armesto, Guillermo José Luis Cometti, Francisco José y José Alberto Bugato, Héctor Omar Ferraro, Daniel Lagaronne, Marcelino López, Eduardo Paris, Celina Marquez, Luis Alberto Messa, Valerio Ubiedo, Juan Carlos Deghi, Héctor Eduardo Fernando Parra, Catalina Martha Velazco de Morini y su marido, Teresita Di Martino. Sobre ellxs, agregó “Todos estos compañeros habíamos estado ya en un circuito en Zárate y pasábamos de centro en centro. No siempre estábamos todos juntos (…) en toda esta cantidad de centros clandestinos me tuvieron”.

Lidia contó que en el Hospital de Campo de Mayo, cuando las monjas las llevaron al baño, escucharon a una compañera gritar pidiendo por el hijo y a una enfermera gritándole que se calle porque se le iba a salir el apósito. A raíz de la pregunta de la abogada querellante Santos Morón, Lidia calculó que el parto habría sido alrededor del mes de abril de 1977. Ellas le preguntaban el nombre a la compañera que había dado a luz pero no llegó a decirles; tenían incorporado recordar, preguntar y decir el nombre para aquel que salga en libertad.

Lidia Biscarte insistió con su reclamo de justicia ante el presidente del Tribunal, Ricardo Basílico, porque en septiembre pasado el Tribunal Federal Nº 2 de San Martín que integra el juez Walter Venditti, magistrado que también forma parte del TOF Nº1 que lleva adelante este juicio, absolvió en la Causa Campo de Mayo al médico Edgardo Omar Di Nápoli acusado de delitos de lesa humanidad contra 20 víctimas que estuvieron cautivas en el barco “ARA Murature” en Zárate. Lidia Biscarte, reconoció claramente a Nápoli como el que controlaba las sesiones de tortura. “No somos como ellos, no queremos venganza, creemos en la justicia”.

Pasó por la cárcel de Olmos y luego por Devoto. Allí estaba cuando le dieron la libertad. Previo pasó por Coordinación Federal, le decían que tenía captura en Mar del Plata o Córdoba aunque ella nunca había estado allí. En ese lugar se encontró con otros presos que se estaban yendo al extranjero, les contó que era presa política y les dió una lista para denunciar el terrorismo de estado en el exterior. Cuando la dejaron en libertad en enero de 1979 le dijeron “que había sido un error, que alguien la había cantado, que se olvide de lo que había pasado porque sino la iba a pasar mal”. En la calle, luego de años de cutiverio, paró a un transeúnte y le contó su situación de presa política recién liberada, este la ayudó a volver a su casa.

Desde la querella de Justicia Ya, fue consultada por su vida, su trabajo y su familia, luego de que recuperara la libertad. Contó que cuando la liberaron su vida estaba desarmada. No encontraba trabajo porque tenía antecedentes. Pero recuerda el amor y la solidaridad que recibió de vecinos y amigos. La lucha por encontrar trabajo es lo que más resalta, “hasta que las cosas fueron cambiando”.

Lidia Biscarte volvió a dirigirse al Tribunal al terminar su declaración: “Le pido que haga justicia. Esto no es una novela, este es un dolor muy grande, en el cual mis compañeros ya no están para defenderse”.

Por último, fue el turno de declarar de Gustavo Javier Fernandez, su testimonio fue ofrecido por el Ministerio Público Fiscal y parte de las querellas. Comenzó su relato señalando que ellos eran dos hermanos, que comenzaron su militancia política en el año 1972 en lo que se conocía como la Juventud Peronista vinculada a Montoneros en Luján. Su hermano, Carlos Alberto Fernández, quedó durante un tiempo a cargo de ese espacio compartido de militancia -el Ateneo 26 de Julio-. En la casa tenía un taller cerámico en el que ambos trabajaban, aunque su hermano se dedicaba de lleno a esa labor dado que había dejado sus estudios universitarios. Carlos estaba casado y tenía dos hijas, y Gustavo resaltó la tensión que existía entre la exigencia de una militancia activa y la vida familiar. No solo por el tiempo y energía que la primera demandaba, sino también por los riesgos que aparejaba. Esto llevó a Carlos a alejarse por un tiempo de la militancia.

Antes del golpe del 76 en Luján ya habían ocurrido secuestros adjudicados al grupo Comando Nacionalista Bruno Genta. Aunque eran detenidos por pocos días y luego liberados, la situación era muy tensa. Por esa razón Gustavo se mudó a la ciudad de Buenos Aires. Su hermano se quedó en Luján dado que había empezado a dar clases de cerámica en la Escuela de Arte, un espacio que posteriormente fue blanco de la persecución en esta localidad porque era catalogado como “muy politizado”.

Frente a la represión, su hermano decidió mudarse a la capital para retomar su militancia porque “no se iba a quedar esperando a que lo lleven, mientras otros compañeros estaban peleando en otros lados y estaban cayendo sin esperarlo”. Gustavo aclaró que no conocía bien el lugar que Carlos ocupaba en la agrupación porque estaban en canales distintos. Lo que sí pudo precisar es que su hermano había encontrado un lugar más estable para vivir mientras él seguía con una situación de mucha inestabilidad habitacional: pasaba una o dos noches en cada lugar. Ante esto, Carlos le ofreció quedarse con él unos días en la casa que le había prestado Miguel Prince, quien también era militante aunque la relación que mantenían no era orgánica sino de amistad. Llegó a permanecer en esa casa, ubicada en calle Fernández al 1900 de Buenos Aires, dos noches. El 27 de agosto de 1976, contando él 22 años y su hermano 26, un grupo armado entró preguntando por Prince y los secuestraron a ambos.

Los llevaron a lo que cree haber identificado como Superintendencia de Seguridad Federal. Les tomaron los datos en una declaración bastante formal y los llevaron a una celda grande con mucha gente. Al día siguiente, un grupo de personas que se identificó como Comando Bruno Genta, los trasladó nuevamente atados de pies y manos en un baúl.

Durante su testimonio, Gustavo contó que una vez liberado, realizó al testimoniar en la CONADEP un croquis de este segundo lugar. Allí le dijeron que el lugar podría ser la  Comisaría 2da de Avellaneda. Sin embargo,  durante la instrucción de la causa se consideró que la descripción del lugar se corresponde con la  Brigada de Lanús con asiento en Avellaneda y así fue el caso elevado a juicio.  

Describió que este espacio en Avellaneda tenía varias celdas que daban a un patio. Allí los sometieron a tormentos mientras los interrogaban: le preguntaron por nombres de personas de Luján y él pudo ver que desconocían el funcionamiento operativo de los grupos de esa ciudad. Cuando se reencontró con Carlos en la celda, este le contó que le preguntaron sobre todo por la Escuela de Arte y en particular sobre el estudiante Ricardo Palazzo. Hacia el final de la audiencia y a partir de la pregunta de la Fiscalía, Gustavo confirmó que Palazzo fue secuestrado y continúa desaparecido.

Con respecto al funcionamiento del CCD señaló que los días que estaban los agentes del grupo operativo -la patota- los guardias no los alimentaban ni los sacaban al baño; de todas maneras comían muy esporádicamente y en general sobras. Es decir, buscó marcar en reiteradas oportunidades, la gran diferencia entre los tratos de los guardias o policías del lugar, quienes no se metían mucho, y este otro grupo al que él denomina como “operativo”.

En Avellaneda se encontró con Carlos Ochoa, parte de un grupo de gente de la zona de Cañuelas. También mencionó a un chico de quince años de La Plata, del que no recuerda el nombre pero comentó que estaba esperanzado en que lo soltaran porque tenía familiares que trabajaban en la Justicia. Aunque no volvió a estar en una celda con él, cree que después lo llevaron también a Quilmes. Recordó a una chica de General Rodríguez, que hacía mucho tiempo estaba ahí y mencionó que había estado secuestrada junto a Mimí, otra chica que Gustavo conocía por su militancia en Luján. Llevaron en un momento también a Miguel Prince y a un grupo de alrededor de cinco uruguayos que cree eran todos varones y se conocían, posiblemente trabajaban en la misma fábrica. 

A mediados de septiembre prácticamente vaciaron el lugar, los apilaron sin cuidado a casi todos en la caja de un furgón y los llevaron a otro lugar que, una vez liberado pudo identificar como el Pozo de Quilmes: “nos suben por una escalera bastante característica, muy empinada y creo que así caracol, pegaba una vuelta”. Señaló que el trato en este espacio era muy distinto: no iba ningún grupo operativo, comían más regularmente, a veces podían sacarse la venda de los ojos y hablar entre ellos. 

Allí Néstor Busso, otro detenido de La Plata que cree que pertenecía a un grupo católico, que estaba desde bastante tiempo antes allí, le enseñó a comunicarse con las manos. Compartió casi todo el tiempo la celda con Eddie Szapiro, militante del ERP de la zona de Avellaneda, quien le dijo que su pareja estaba en el piso de abajo. No compartía celda con su hermano Carlos, pero lo escuchaba y podían hablar a veces. Recordó que alguien del personal que llevaba comida – “guisos o pastiches para comer con la mano”- y parecía ser un jefe, solía hacerles preguntas y entablar conversaciones sobre política con un detenido de Florencio Varela que era mayor que todos, periodista.  Dado que en Quilmes no los interrogaron ni sometieron a tormentos específicos, consideró que “fue un lugar de transición, estaban esperando algo, una decisión”.

Cuando volvieron a trasladarlos a él y su hermano, los llevaron a un lugar bastante más precario. En el recorrido los escuchó preguntar por “la Comisaría vieja”. Llegaron a un lugar policial, con celdas muy chicas, más precarias que las anteriores y más deterioradas, donde una noche que llovió entró agua por el piso. Ahí estaban solo ellos y un  delegado gremial de la fábrica Tamer de la zona de Avellaneda, del que no recuerda el nombre. En esta nueva locación fue brutalmente golpeado otra vez, mientras lo interrogaban y le decían que les había mentido, Gustavo consideró que se habían enterado de algo que pensaban que él también sabía. La noche del 1ero de Octubre, en un nuevo traslado, realizan un recorrido bastante largo por ruta y  creyó percibir que los llevaban a Luján. Luego de pasar un puente, con una curva que va subiendo, se detuvieron.  Al quedar solo en el auto, escuchándolos a lo   lejos, “haciendo un asado” o algo por el estilo, logró salir del auto. Vio el costado de una casa y llamó a su hermano por si estaba en la camioneta de al lado, pero nadie respondió. Se escapó a través de un descampado, hasta un arroyito, por el cual siguió paralelo hasta llegar a un puente. En ese momento escuchó un tiro de escopeta, que supone provenía de un criadero de pollos de la zona. Llegó  a la Ruta 5, comprobando que estaba en la entrada a Luján. Hizo hincapié en el esfuerzo físico enorme que significó toda esta travesía considerando que estaba en un estado muy debilitado.

Logró llegar a la casa de un compañero para pedirle que lo contacte con su familia: su tío logró esconderlo alrededor de tres meses. En diciembre pudo contactarse con su novia y mudarse a Chivilcoy, donde vive todavía hoy. La situación de semi clandestinidad se perpetuó por años porque no tenía sus documentos y temía hacer los trámites; trabajaba en lugares donde no se los solicitaban, con su pareja no salían de noche, etc. “No fue sólo ese período del secuestro, el resto me cambió también la vida hasta que pude normalizar, volver a una actividad de trabajo en blanco, pasó bastante tiempo. Sobre todo con el temor de que me volvieran a secuestrar porque volvieron a ir a mi casa, volvieron a amenazar a mi mamá y a mi tío (…) hubo toda una situación que duró bastante tiempo”.

“De mi hermano no supe más nada. Sigue desaparecido”, aseguró. En aquel entonces, su madre tuvo la ayuda de Emilio Fermín Mignone, cuya hija había sido secuestrada, para presentar un Hábeas Corpus a fines de septiembre o principios de octubre de 1976. Se hicieron otras gestiones como hablar con distintas personas o solicitadas en los diarios. Con dolor, Gustavo contó que Carlos no llegó a enterarse que su esposa estaba embarazada de su tercer hija. 

Sobre la persecución que sufrieron otros familiares, contó  el Comando Bruno Genta fue a la casa de su madre en junio o julio de 1976 mientras ellos estaban en CABA y que iban a la casa de  su cuñada, esposa de Carlos, periódicamente. Ella posteriormente pudo reconocer a uno de ellos mucho años después en un desfile por el Día de la Bandera en Luján, como parte del Regimiento de Mercedes. Alrededor de un mes después de que Gustavo logró escaparse volvieron a lo de su madre. Señaló que “estaban vestidos de civil e iban a cara descubierta”. 


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