martes, 15 de junio de 2021

8 DE JUNIO: VIGESIMA NOVENA AUDIENCIA

 EMPRESAS LÍDERES

En otra jornada del debate por los crímenes cometidos en las Brigadas de Investigaciones del conurbano en dictadura declararon dos ex obreros secuestrados por reclamar por sus derechos. Juan Antonio Neme, obrero de la Ford, fue secuestrado en Escobar en marzo del ’76 y pasado por el circuito de CCD de Zárate-Campana, por el “Pozo de Banfield” y por la ESMA. Jorge Varela, trabajador de Saiar fue secuestrado en abril del ’76 y llevado a la Comisaría 1ra de Quilmes, a la de Temperley y pasó años en las cárceles de la dictadura. Ford y Saiar, dos empresas líderes de la burguesía nacional que avanzaron a razón de Genocidio.

Por Espacio de Lucha Nilda Eloy

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MARCADO POR LA FORD

El primer testimonio correspondió a JUAN ANTONIO NEME, ex militante de la JP de Escobar y sobreviviente de los CCD del circuito Zárate-Campana, del “Pozo de Banfield”, de Campo de Mayo y de la ESMA, quien brindó su relato por primera vez ante un tribunal y por videoconferencia desde España, donde vive hace décadas.

Neme dijo que desde los 17 años trabajaba en una fábrica de medias y comenzó a militar en la JP- Montoneros a través de la tarea sindical. Así conoció a la familia Lizaso, de viejos integrantes de la resistencia peronista, en la Unidad Básica de Munro, en Vicente López. Un tiempo después comenzó a trabajar en la automotriz norteamericana Ford en General Pacheco, donde desarrolló tareas reivindicativas y acciones directas como los paros de las 2 últimas horas de producción, aunque nunca fue delegado y siempre se organizó en forma alternativa a la conducción del sindicato de Mecánicos (Smata). “A partir de ahí empiezan mis problemas políticos”, dijo el testigo que contó que fue despedido sin indemnización e inició un juicio laboral que, según recordó el testigo, “se pagó recién cuando yo estaba en la cárcel y no era ni el 20% de lo que se había reclamado”. Pero antes que eso sufrió un verdadero calvario. El 26 de marzo del ’76 a la 1:20 de la madrugada llegó un operativo a su casa de la localidad de Matheu, partido de Escobar, mientras dormían con su esposa y su hija de 6 meses. “Me ataron de las manos, me pegaron y luego me pusieron una capucha. Me preguntaban dónde estaban ‘las máquinas’. Yo tenía un taller de tapicería atrás de la casa. Los llevé al taller, pensaron que les estaba tomando el pelo y me pegaron una paliza. Ahí me rompieron los primeros dientes con los tacos de las botas”, rememoró el sobreviviente. Luego lo metieron desnudo, atado y encapuchado en la parte de atrás de un Ford Falcon y lo llevaron a la Comisaría 1ª de Escobar, donde se encontró con Catalina Martha Velazco y Tilo Wenner, ambos compañeros suyos de la UB y hoy desaparecidos.

En la Comisaría de Escobar fue sometido a golpes y luego de varios días fue llevado al buque Murature de la Armada, anclado en la costa de Zárate-Campana, donde había tantos secuestrados que “entrábamos de costado”. Allí estuvo con Raúl Alberto Marciano, que ya testimonió en este debate, y dijo que en el buque recibió otra paliza en la que le terminaron de quitar los dientes y fue cruelmente pasado por varios métodos de tortura como la picana eléctrica, el “potro”, la colgadura y el “submarino” en una bañera. Varias de esas torturas se realizaban en una casa a la que lo llevaron de ida y vuelta desde el buque. El sobreviviente dijo que vio cómo en este circuito represivo traían personas secuestradas en helicóptero y las tiraban en caída libre al río Paraná, atados con cuerdas de un metro y medio y un peso en el extremo de la atadura para que se hundieran. Además le mostraron una tortura con ácido sobre Marta Velazco para presionarlo psicológicamente. Neme recordó que en los interrogatorios le requerían información de la UB de Munro y de Jorge “Nono” Lizaso, de quien dijo “le estoy agradecido porque me salvó la vida cuando me dijo ‘si un día caes, no digas todo ni niegues todo, hazte una pequeña historia y la repites hasta el juicio final’”. Jorge Héctor Lizaso había nacido en 1936, y tras realizar múltiples trabajos con sus hermanos Arnaldo y Miguel había sido uno de los referentes de la segunda resistencia peronista en el gobierno de Arturo Frondizi. Militante experimentado, sus compañeros más jóvenes lo apodaban “Nono”. Fue secuestrado el 26 de abril del ’76 en el “Café de los Angelitos” en Caba; se resistió al secuestro, fue herido, capturado y llevado a la Escuela de Mecánica de la Armada. En el mismo operativo fueron secuestrados su compañera María del Carmen Nuñez, apodada “La China” en la militancia montonera, Alejandro Oscar Lagrotta y Jorge Alberto Niemal.

 

Desde el buque también los sacaron en grupo, con Marciano y otros detenidos, en una lancha hacia una quinta donde se iba a hacer un fusilamiento, pero finalmente no se hizo y nuevamente recibieron una paliza. Luego los llevaron al “Pozo de Banfield”, donde Neme recuerda que fue nuevamente golpeado y torturado con picana. El testigo repitió varias veces que no puede precisar la cronología de los hechos producto de la tortura y por eso tampoco pudo precisar la fecha en que estuvo en Banfield. Sin embargo por correspondencia con el caso de Marciano y otros secuestrados de Escobar, pudo haber sido entre el 13 y el 20 de abril del ’76.

Así, pese a la dificultad para determinar precisiones, Neme recordó que de Banfield fue llevado a la ESMA, donde se encontró a “La China” Nuñez y Niemal, de la JTP de Munro. Allí estuvo 2 días, fue torturado con picana, pudo hablar con Nuñez y lo llevaron a presenciar la tortura de Lizaso, a quien le amputaron las manos con una sierra. Los crímenes de los militantes de la Unidad Básica de Munro, y otros concatenados, se ventilaron en 2015 en un tramo del juicio “ESMA 3”, que tuvo sentencia en 2017.

Luego del CCD de la Armada a Neme lo devolvieron al “Pozo de Banfield” y luego a otro lugar que cree era en Lanús, pero no puede precisarlo.

Al haber perdido noción del tiempo por efecto de las torturas, supo por su familia que estuvo 47 días desaparecido, hasta que fue llevado a Coordinación Federal, donde recién lo destabicaron y lo blanquearon con Marciano a disposición del PEN en la cárcel de Sierra Chica.

En 1977 lo expulsaron del país: lo subieron esposado y con un “documento de viaje” a un avión con destino a Madrid. Las esposas se las sacaron recién en el aeropuerto de Barajas. El sobreviviente contó que luego de un período en España donde estuvo indocumentado y hasta recibió amenazas de algún grupo de represores que le dijeron “hijo de puta, te localizamos”, pudo instalarse en Holanda, obtener asilo político y tener pasaporte. En 1978 Neme relató lo que había vivido durante su secuestro ante una comisión de Amnistía Internacional, pero en Argentina nunca había contado su calvario.

Así y todo, Neme dijo que en una de las sesiones de tortura en el buque Murature pudo verle la cara a dos de sus verdugos y que, en septiembre del año ’81, a uno apodado “Puma” lo cruzó en su trabaja en un restorán de Holanda, donde iban a almorzar varios marinos argentinos que tenían tareas cercanas porque iban a buscar radares fabricados en aquel país. “Yo voy a encontrar el nombre de este individuo”, afirmó Neme con ímpetu.

Para finalizar su testimonio este obrero despedido de la Ford y secuestrado por luchar por los derechos de sus compañeros dijo: “después de 40 años en otro país, tu vida nunca más es la misma. La tortura física es terrible, pero lo más horrible es lo que he visto: la visión de Marta Velazco, la visión de Jorge Lizaso. Yo volví en 2016 a Argentina por el tema de la reparación y ver que el país sigue tal como lo he dejado hace 45 años es una pena. Porque nada ha cambiado, y los militantes sabíamos que poníamos nuestra vida en riesgo por una patria o un proyecto mejor. Pero mi país sigue hundido en la miseria y parece que no hubiera valido para nada el sacrificio de tantos compañeros y compañeras”. Y finalizó con un pedido: “¡Quiero justicia!”.



La empresa Ford que despidió a Neme mostró su ejemplo de coordinación genocida entre marzo y mayo del ’76, cuando 25 delegados de la planta de General Pacheco fueron secuestrados. Todos pertenecían a la comisión interna, que se encontraba conformada por 200 delegados, en una planta con alrededor de 5.000 obreros. Los 25 trabajadores estuvieron técnicamente desaparecidos de 30 a 60 días. La mitad de ellos fue secuestrada en sus casas y llevada al CCD de la Comisaría de Tigre, y el resto fueron retenidos directamente dentro de la planta de la empresa en un quincho acondicionado como chupadero. Los directivos, Nicolás Enrique Courard, presidente y representante legal de la compañía Ford Motor Argentina SA; Pedro Muller, gerente de manufactura; Guillermo Galárraga, a cargo de la gerencia de Relaciones Industriales, fueron más que cómplices de la dictadura. Fueron partícipes de los secuestros. Y el represor Héctor Francisco Sibilla, jefe de Seguridad en la Planta de Pacheco y ascendido de cargo luego de los secuestros de obreros, se retiró con honores del Ejército y fue contratado tiempo después por la Embajada de Estados Unidos. La unidad militar-empresarial al servicio del capital genocida. Más clara imposible.

En diciembre de 2018 el TOF 1 de San Martín condenó a 15 años a Santiago Omar Riveros, 15 a Sibilla y 12 a Muller por los crímenes de la Ford. Pequeño detalle: Riveros siguió con su cómoda prisión domiciliaria y las condenas a Muller y Sibilla fueron “no efectivas”. Justicia tarde y mal no es justicia. Más claro imposible.

 


MIRARSE AL ESPEJO

El segundo y último testimonio fue el de JORGE VARELA, ex obrero de la fábrica de termo tanques Saiar de Quilmes, sobreviviente de los CCD Comisaría 1ra de Quilmes y Comisaría de Temperley, secuestrado en el ya famoso operativo de abril del ’76 en la planta de la empresa.

Varela, quien declaró por primera vez ante un tribunal, comenzó relatando que en los ’70 estudiaba y trabajaba como administrativo en Saiar, la fábrica de termo tanques de Quilmes que tiene una decena de desaparecidos en su historia. El 13 de abril del ’76, en un operativo ya relatado en el debate por otros ex obreros de Saiar, fue secuestrado en grupo con otros compañeros luego de hacerlos formar en el playón de la planta.

Varela recordó que el operativo “fue llamativamente grande, con carros blindados, ametralladoras, inclusive en todo el barrio, en los techos circundantes. Fue un operativo de película de guerra”, recordó, y dijo que a los trabajadores marcados los llamaban por los altoparlantes de la empresa para separarlos. En su caso fue separado con un grupo en el que estaban “compañeros que eran delegados y algunos compañeros que eran activistas sin ser delegados, como en mi caso”. Entre sus compañeros mencionó a Nicolás Adán Barrionuevo, Héctor Tomás Campdepadrós, Francisco Orellana, Argentino Cabral y Marcos Alegría. Y recordó al jefe de personal de Saiar, Juan Manuel Martínez Riviére, que como contaron otros obreros sobrevivientes “se incluyó como detenido” cuando fueron llevados a la 1ra de Quilmes. Tras recibir golpes e interrogatorios los llevaron a la Comisaría de Temperley. Tras 10 días de cautiverio la mayoría del grupo de obreros fue liberado. Muchos volverían al trabajo, otros se buscarían la vida por otra parte, y otros fueron nuevamente secuestrados y desaparecidos. Pero Varela siguió preso: “Nunca habíamos sospechado que el golpe sería con tanta saña y envergadura”, reflexionó. El sobreviviente dijo que no puede precisar fechas exactas de todo el periplo, pero dijo que de Temperley lo llevaron al penal de Villa Devoto, donde “lo que más nos impresionó fue vernos al espejo”, dijo en relación al estado de deshumanización en que se encontraba. Unos meses después fue llevado a la unidad de Caseros y luego, ya hacia el año ’79, a la Unidad 9 de La Plata. Varela recuperó la libertad al cabo de siete años en total desde su secuestro.


Como dijeron otros obreros ante este tribunal, Saiar era en los ’70 epicentro en la zona sur del conurbano de un proceso de lucha que era ejemplo para delegados de otras industrias. “Los logros fueron desde la ropa hasta los elementos de seguridad y derechos que nunca se habían respetado. Y eso molestaba mucho a la patronal”, dijo Varela. Hasta llegaron a lograr que la empresa repartiera ganancias extraordinarias a la manera de premios a la producción. Era demasiado para el capital local y sus guardianes de uniforme.

A 45 años del golpe genocida recién van saliendo a la luz los detalles completos de la represión que sufrieron los obreros de SAIAR con la plena participación de la patronal en la operatoria desaparecedora. Y en ese espejo debe mirarse el grupo Garovaglio – Zorraquín, el único conglomerado económico argentino que emergiera hacia fines del siglo XIX, en 1882, y que hoy continúa en funciones. La práctica fue avanzar a costa de los favores represivos ofrecidos a la dictadura, por lo cual recibió 340 millones de dólares, y fue el décimo responsable del endeudamiento externo privado durante los años de plomo.





 

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